Unas botas plateadas y un puñado de bengalas nos bastaron para hacer brillar aquella tarde fría y gris de octubre. Almudena y Víctor habían venido de Mallorca a pasar unos días a Madrid, y nos pareció una idea genial subir a la azotea a bailar con ellos. Con la risa se nos pasó el frío, y le dijimos adiós a ese día iluminando la noche con pequeños fuegos artificiales.