V I D A
Hace poco, Ale y yo hablábamos de lo buenos que habían sido los años de universidad en Madrid. Tuvimos la suerte de vivirlos al cien por cien, hicimos amigos geniales, compartimos piso, celebramos mil fiestas y crecimos mucho por dentro. Fueron tan buenos esos años, que a pesar de habernos distanciado de los amigos durante un tiempo debido a que cada uno volvió a su respectiva ciudad, volvimos a ponernos en contacto gracias a nuestra boda y parecía que no había pasado el tiempo. Eso en cierto modo, nos hizo despertar. Si se tiene la inmensa suerte de contar con ese tipo de amistad, está claro que hay que aprovecharla. Apoyarnos unos en otros, estar ahí aunque nos separen kilómetros y kilómetros, y por supuesto, encontrar sin esfuerzo una excusa para juntarnos. Y así lo estamos haciendo.
Este ha sido nuestro segundo viaje en grupo. Aprovechando la circunstancia de que vivimos en lugares tan distintos, decidimos ir rotando y visitando el lugar de cada uno, y esta vez tocó ir a ver a Jairo a Tenerife.
Jairo tiene una finca platanera, y vive en el corazón de la misma, en una casa preciosa llena de luz y rodeada de verde, hasta tal punto que las hojas de las plataneras rozan las ventanas y mientras preparas el desayuno puedes creer firmemente que estás en medio de una selva. Golfo, su perro pastor garafiano, campa a sus anchas entre las plantas y se vuelve loco de alegría si juegas con él.
Llegamos cargados de energía y muchas ganas de sol, carnaval y cerveza Dorada, y nos fuimos con los ojos y el corazón llenos de paisajes de fuego, de viento salado, los oídos repletos de canciones y guitarras sonando, y agujetas infinitas de tanta risa y baile.
Ya tenemos ganas del próximo, ¿destino...?